En esta época navideña del 2021, ha sido un privilegio para mí, como maestra bíblica de niños, como abuela y simplemente como amante de las verdades y las historias bíblicas para ser pasadas a nuestras generaciones, descubrir algo más de Dios; descubrí que su promesa celebrada en la navidad, comenzó en el jardín del Edén. En verdad, nunca antes la había visto desde este punto y, es hoy, siglos después, esa misma promesa cumpliéndose en la vida de todos aquellos que deciden creerle a Él, el único Dios verdadero, el Dios creador del cielo y de la tierra, Dios de amor infinito; quien nos abrió el camino, para que tú y yo siendo pecadores, seamos reconciliados con Él, y así, recibir su perdón, su paz, la felicidad y sobre todo ¡la salvación!
Doy gracias por la Biblia, este libro divino que nos muestra la verdadera historia de la navidad, el verdadero motivo de la celebración navideña: ¡LA PROMESA DE DIOS CUMPLIDA EN JESÚS!
Permítanme darles algunos “picos” históricos para que puedan entender mi entusiasmo:
- Dios creó un mundo perfecto, para que la humanidad viviera eternamente en un estado de Felicidad. Génesis 1
- Adán y Eva son tentados por Satanás y deciden desobedecer a Dios. Génesis 3
- Dios inmediatamente pensó en la restauración de Adán y Eva. ¡Necesitaban un Salvador!
- Las siguientes generaciones después de Adán y Eva: tú y yo nacemos con el deseo de pecar, ¡así es la debilidad humana!
- La humanidad sigue pecando a través de los siglos.
- Un ángel se le apareció a una joven llamada María, anunciándole que tendría un bebé por concepción no humana, ¡sino divina! Ella, aunque quedó muy sorprendida y asustada porque ya estaba comprometida a casarse con un joven llamado José, decidió obedecer.
- Poco después, Dios envió un ángel a ese joven llamado José para hablarle en sus sueños, anunciándole que María tendría un bebé, al que debían llamarlo JESÚS, que significa: SALVADOR.
- Jesús nació en una aldea llamada Belén, pues José y María eran descendientes de la familia del Rey David. Estando allí, no encontraron “hotel 5 estrellas”, sólo un humilde establo, ¿no te parece que Dios tiene humor? O, ¡nos ama demasiado! ¡El Rey del cielo dejó su trono celestial, para nacer en un pesebre!
- María y José sin lugar en el mesón, el recién nacido en un pesebre, los pastores con sus rebaños, la multitud de ángeles regocijándose y, los magos del oriente siguiendo a la estrella hasta Belén, pues traían presentes para el niño Jesús.
- ¡Promesa divina cumplida nuevamente!
- Jesús creció enseñando y mostrando el amor de Dios a todos.
- Algunos hombres malvados lo acusaron, pero él no se defendió, le dieron muerte crucificándolo como a un ladrón.
- ¿Se acabó su historia? ¡Absolutamente no! ¡Al tercer día resucitó! (1 Corintios 15.3,4)
- Ya resucitado, estuvo algún tiempo en la tierra comiendo, bebiendo, conversando con sus amigos y sólo después… ascendió al cielo.
- ¿Listo el final? ¡Noooo, aún no!
- La historia del nacimiento del Salvador, ocurrida hace más de dos mil años, es maravillosa; llena de exquisitos y significativos detalles, apreciados por los que estaban presentes, así como por los creyentes de todos los tiempos.
- Esta historia de la salvación comenzó miles de años antes, con las profecías de la venida del Mesías. Dios habló de este Salvador en Génesis 3.15. Siglos más tarde, Isaías predijo de una virgen concebiría y daría a luz un hijo, al que llamarían “Emanuel”, que significa “Dios con nosotros” (Isaías 7.14). Uno de los primeros eventos claves en la vida de Cristo fue su humilde comienzo en un establo, así comenzó su misión liberadora y salvadora hacia su pueblo y hacia el mundo.
- ¡Se fue al cielo a preparar morada para nosotros, regresará a buscarnos para que vivamos eternamente felices con Él! ¡Este sí es el final feliz de la historia!
Hoy, si crees que Jesús es el Señor y decides aceptarlo como tu único y suficiente Salvador, Dios promete estar contigo, nunca dejarte y nunca te abandonarte. Hebreos 13.15b, 6a.
¡Ese si es un final feliz de celebración de navidad!
Deléitate tú mismo/a leyendo esta historia maravillosa en S. Mateo 1-2 y S. Lucas 2.