De pequeña, siempre veía a mi papá ir a la iglesia con dos sobres a principio de cada mes, uno era su diezmo y el otro era una pequeña pero fiel cantidad de dinero para la obra misionera; es decir, para los misioneros que eran sostenidos por la congregación. Aun cuando mi papá nunca se enteró a quiénes había apoyado durante décadas, de seguro fue una bendición a quienes recibieron sus ofrendas.
Los años han pasado, ya mi padre murió hace tres décadas; pero su fidelidad, compromiso y amor a Dios tuvieron sus recompensas; pues, personas que quizá nunca conoceré, me han sostenido con sus ofrendas por muchos años; ¡siempre he creído en la siembra y la cosecha! Mi padre sembró y mi familia ha cosechado su fidelidad.
Esto me hace pensar mucho en los reyes David y Salomón. El ya anciano David, pronto a morir, nombró a su hijo Salomón como su sucesor al trono. Salomón era amado por Dios (2 Samuel 12:24-25), pues tenía propósitos y promesas para su vida; por eso, David, antes de morir (1 Reyes 2:2-4) le dio la mejor herencia y recomendación que, como papá, que amaba a su hijo, le pudo dar; le dijo que cumpliera la Ley del Señor fielmente, pues así, aseguraría las bendiciones y promesas de Dios en su vida y en su descendencia.
Por eso, vemos en la historia de Salomón muchas bendiciones, sabiduría inimaginable y mucha prosperidad; esto fue porque también siguió el ejemplo de David, su padre; quien, a pesar de muchos errores, nunca se apartó del amor de Dios.
Hoy, en medio de una pandemia mundial, Dios nos permite pasar un mayor tiempo con nuestros hijos, tiempo que quizá hacía mucho no les dábamos, pues ellos se la pasaban de la casa al colegio y viceversa, y nosotros de la casa al trabajo, estresados y cansados, sin disfrutar tiempos de calidad con ellos.
Han pasado casi dos años de pandemia y es tiempo de preguntamos… ¿cómo hemos aprovechado este encierro –involuntario pero necesario?, ¿qué actividades pudimos hacer que no hacíamos años antes por falta de tiempo?, ¿qué logros obtuvimos con los pequeños de la casa?, ¿qué ejemplo le pudimos dar en este último tiempo?, ¿hemos jugado con ellos?, ¿hemos aprendido algo nuevo como familia?, ¿pudimos transmitir el amor y fidelidad de Dios en medio de las situaciones difíciles en estos dos últimos años?
Son preguntas que vienen a mi mente, al pensar en mi propia familia. A mis pequeñas les gusta cuando salimos a caminar –los cuatro juntos, hacer el devocional familiar, elegir alguna película y verla juntos, entre otras actividades. Son momentos que nunca los olvidarán, pues marcarán sus corazones para que los repitan en su descendencia. ¿Y tú, qué huella estás dejando en tus pequeños/as?